Técnica

Madera, acrílico, inclusiones de resina, impresiones digitales sobre acetato.

Por Rubén Echagüe

Sería un grave error pensar que, por reflexiva y silenciosa, la contienda que en la producción artística de Diana Randazzo libran los opuestos, es menos dramática.

Todo lo contrario: yo estoy convencido de que hasta el blanco de sus fondos, lejos de constituir una elección fundada en intereses meramente plásticos, es el corolario ineludible de esa ardua batalla que en su obra enfrenta a la curva con la recta, y a la flexibilidad orgánica con la inflexibilidad geométrica, ya que, como bien lo observara Rudolf Arnheim, el blanco “sirve como símbolo de la integración sin presentarle al ojo la variedad de las fuerzas vitales que integra”, con lo cual termina encarnando -¡y con qué profundidad metafísica!-“la plenitud y la nada”.

Pero antes de alcanzar esa beatitud sin defecto de sus fondos – de esos campos donde múltiples formas, colores, relieves, materiales y texturas conviven concertadamente, a la vez que miden sus fuerzas-, la aventura emprendida será compleja... y temeraria.

Consistirá en trazar asépticas geografías cósmicas, por donde encauzar el flujo –serpenteante- de estuarios de vidrio líquido, pero también en aprisionar esos flujos en pulcros embalses herméticamente cerrados, en perforar con absoluta regularidad el soporte, para acechar las sutiles mutaciones que sufre en su devenir –esto es, en su viaje hacia la muerte- la materia animada, o en gastarle al contemplador la “boutade” de que algún pequeño compartimiento, trastornando el riguroso planteo ortogonal del conjunto, se haya movido maliciosamente de su sitio.

Todo esto, haciendo gala de una solvencia técnica admirable, mixturando –en intrépida alquimia- viejas fórmulas pictóricas con arbitrios industriales de última data, y dosificando tan dispares ingredientes con ponderación poco menos que científica.

Claro que si yo tuviera que optar, entre el variado universo formal que despliega Diana Randazzo, elegiría un minúsculo cuadrado rojo -como el rubí o como la sangre-, que rezuma un agua clara.

Y eso porque entiendo que allí la autora celebra el triunfo del impulso vital, sobre el geométrico andamiaje con que la razón pretende encorsetarlo, confirmando el sugestivo axioma de Lao Tse: “Nada hay en el mundo tan débil y flexible como el agua, pero cuando ataca a lo duro y a lo fuerte demuestra su poder”.
DIANA RANDAZZO //// www.dianarandazzo.com.ar / obra@dianarandazzo.com.ar / Rosario, Santa Fe, Argentina.